30 junio 2005

El señor Hielo

Tristán me miraba a los ojos mientras hablaba. Movía sus manos y ladeaba un poco la cabeza, apuntándome con su barbilla. A veces me señalaba con el dedo, para subrayar sus amenazas. Hablaba en voz baja, casi susurrando y subiendo el tono al acabar las frases. Yo le mantenía la mirada y asentía con la cabeza, sin dejar de sonreír. Intentaba concentrarme en sus palabras, pero no podía dejar de mirar los dibujos sicodélicos de su corbata verdosa. Había que tener valor para ponerse una corbata así a su edad. O eso o muy poco gusto. No conjuntaba en absoluto con el traje gris ni la camisa blanca. No era un traje muy bueno, pero si lo bastante como para merecerse una corbata mas discreta y elegante. Igual que la camisa, a la que se le notaban algo ajados los cuellos, desgastados por el uso o el exceso de lavados.
Seguía hablando contándome la historia de su padre borracho que lo apaleaba cuando yo todavía no había nacido, el navajazo que le dieron en la tripa la primera vez que lo violaron en el reformatorio, se tocaba la nariz partida en mil peleas, me explicaba cada cicatriz de su cara, y así iba haciendo el recuento de los tipos a los que había machacado, de las situaciones a las que había sobrevivido.
Le sudaba un poco la frente y se mojaba con la lengua sus labios resecos por el discurso. Me fijé en que tenía una dentadura casi perfecta y me puse a pensar en lo que le habría costado reconstruir todos esos dientes mal cuidados y tantas veces golpeados. Estaba claro que Tristán, a pesar de todo, era algo presumido y coqueto, aunque no tenía buen gusto para las corbatas.
Seguí asintiendo, intentando concentrar mis pensamientos en lo que decía. Estaba elevando la voz y diciéndome “...y crees que un mierda como tú va a venir a mi casa a acojonarme… a los tíos como tú me los como crudos…”. La cara se le desencajaba un poco y me colocaba el dedo con el anillo de oro a un palmo de mi nariz.
Es lo que tenía Tristán, que perdía las formas, los modales, y además estaba mucho más viejo de lo que él se creía. Llevábamos al menos veinte minutos hablando y no había dejado de amenazarme en todo el tiempo, con su estúpida corbata verde y todas esas historias para no dormir.
Le dije que sí con la cabeza y sonreí un poco más. Alargué mi mano derecha, cogí el dedo del anillo y se lo retorcí hasta partirlo, mientras que con la mi puño izquierdo le golpeaba en la cara con todas mis fuerzas. La verdad es que soportó mucho mejor de lo que me esperaba el puñetazo y el dedo roto. Lo de luego también.
Al salir del edificio camino del coche, alisándome la chaqueta y retocándome el peinado, no pude dejar de pensar en el anciano agonizante y derrotado que quedaba tres pisos mas arriba, en cómo me insultaba mientras lo apaleaba, en su mirada oscura llena de odio, en sus súplicas y lloros al final, y me alegré de ser un hombre sin sentimientos mientras me dirigía a cumplir con el siguiente encargo

25 junio 2005

Diario de Viaje - Cap. 3

Extracto del Diario de Viaje de Cross, archivado en la Biblioteca Nacional y en el que describe sus viajes entre 3124 y 3164 de la segunda era. Clasificado como documentación histórica.

Etapa 645

Esta mañana por fin he podido contactar con Order. Me llamaron al teléfono de la habitación y una voz nerviosa y grave me dio la contraseña y una dirección cerca del hotel, en la esquina de dos calles céntricas. En treinta minutos dijo la voz. Me vestí con tranquilidad, escondí una pistola debajo de mi chaqueta y paseé por las calles de Sllypko hacia el punto de contacto. Me agradan las aceras increíblemente blancas y los edificios retorcidos de esta ciudad. Está llena de pequeños parques con fuentes de cristal azul y flores multicolores. Su población todavía no ha sido atacada en masa y las calles tienen aun ese bullicio de las pequeñas ciudades, lo suficientemente grandes como para pasar totalmente desapercibido, pero no tanto como para tener que soportar las grandes distancias y a los habitantes siempre en guardia de las grandes urbes.
El enlace de Order era un chico joven, con la cara tensa y tan nervioso que era incapaz de mirarme a la cara cuando hablaba. Sus ojos saltaban de una dirección a otra, buscando peligros, Ladrones, enemigos. Iba vestido de una forma demasiado llamativa, aunque supongo que eso será lo común entre la juventud de aquí. Me dio la contraseña y se quedó callado mientras yo lo intentaba identificar telepáticamente, buscando algún síntoma de mentira o traición. No domino todavía totalmente el método para introducirme en la mente de los demás y el asunto me ocupó casi un minuto
Le ofrecí caminar por la acera mientras hablábamos, como en las películas antiguas de espías, para no llamar la atención parados en medio de la calle, él con su ropa de colores y yo con mi traje oscuro sin corbata.
Me transmitió de memoria el mensaje de Order, casi sin respirar y sin entender lo que decía. Le di mi respuesta y la memorizó en un instante. Al despedirnos le deseé suerte y le estreché la mano. Él me miraba como el que veía a un fantasma. Se me ofreció para cualquier cosa que necesitara y me deseó suerte también. Luego se alejó en dirección contraria a la mía. Lo vi cruzar la calle con paso apresurado, y me enterneció la idea de ese joven soldado cumpliendo una de sus primeras misiones. El futuro de nuestro mundo, el éxito de nuestra misión, depende de muchos soldados como él, jóvenes, inexpertos y con miedo. Sólo espero estar a la altura que su sacrificio merece.
He recibido la orden de ir a Thouble antes de llegar a Nooder. Supongo que Order quiere que me entrene en las nuevas técnicas mentales antes de la prueba definitiva en Nooder. Tengo total libertad para enfrentarme a los Ladrones que encuentre, pero mi objetivo debe ser llegar lo antes posible y sin daños. Yo le he pedido el favor de que me incluya en el programa de experimentación sobre la recuperación de recuerdos. Sé que es totalmente reacio a ese tipo de pruebas y que no es elegante pedírselo, debiéndome como me debe un gran favor, pero tengo agujeros en mi memoria y la idea me obsesiona.
Mañana mismo parto hacia Thouble.

20 junio 2005

La Isla Misteriosa

Mensaje enviado dentro de una botella que flota perdida entre las olas de un oceáno misterioso y lejano, frente a las costas de La Casa Giratoria., todavía pendiente de que alguien lo recoja y lo lea.

No se si alguien leerá mi mensaje. Son muchas botellas echadas al mar, muchas cartas enviadas con el sello de Neptuno con remitente perdido y abandonado y destinatario incierto y aleatorio. Desde que quedé naufrago en esta isla maldita y maravillosa siempre he mantenido la esperanza de que me encontraran y rescataran, de regresar con los tesoros que he encontrado, de disfrutar de ellos compartiéndolos, pero conforme pasa el tiempo empiezo a darme cuenta de que el loco inventor de esta tortura en medio del paraíso lo ha planeado todo para que nunca nadie me encuentre.
Cuando pisé tierra firme después de todos esos días en la balsa salvavidas me sentí el hombre más feliz del mundo. Pronto me di cuenta de que estaba en un pequeño islote perdido y desconocido en medio del océano, como un Robinson Crusoe, abandonado a mi habilidad para sobrevivir. Poco a poco me adapté a la vida primitiva de la supervivencia, a encontrar la comida que de forma abundante y fácil me ofrece la isla, a resguardarme de las pocas tormentas que a veces pintan de rayos el horizonte al que miro constantemente, cuando no estoy leyendo. Porque ese es el misterio, la gracia, y el castigo de esta isla misteriosa. Los libros y las botellas.
El primero que encontré fue un ejemplar de la Historia Interminable, de Michael Ende, con sus textos en verde y rojo, con sus historias de otros mundos, con su Emperatriz Infantil, de la que cualquier niño se enamoraría. El libro estaba en perfecto estado, como si alguien lo hubiese dejado en la arena abandonado unos minutos antes. Yo había paseado por la playa toda la mañana buscando cangrejos y su hallazgo casi me vuelve loco. Estuve días corriendo por la isla, buscando al dueño del libro en vano. Agotado y aturdido, me consolé con su lectura.
Al poco de terminarlo, en otro paseo cazando pájaros de colores, encontré Wilt, de Tom Sharpe, en edición de bolsillo. Nuevo ataque de locura, miedo y rabia. Otra vez carreras por toda la isla, de la que a esas alturas ya me conocía cada rincón, cada planta, cada roca. No sólo no hallé al culpable de los libros abandonados sino que encontré una botella de cristal con un papel, un lápiz y un corcho. No me quedó mas remedio que aislarme de este sinsentido leyendo la divertida historia ideada por Sharpe, del que después he podido leer casi todo. Luego escribí el primer mensaje pidiendo ayuda y lo mandé en la botella.
Después aparecieron mas libros, Los tontos mueren, que dicen que es una obra menor del maestro Mario Puzo, La conjura de los necios, que es tan interesante que se puede leer cada vez que quieras, de John Kennedy Toole, Tokio ya no nos quiere, que cuenta una historia que me fascina y que para mí ya justifica la fama de Ray Loriga, y otros cientos mas. Tantos que no los recuerdo. Tantos que a veces los vuelvo a leer como si fuera la primera vez. Ahora estoy leyendo Amrita, de Banana Yoshimoto y acabo de encontrar a los pies de una palmera, La misteriosa llama de la reina Loana, de Umberto Eco, el gran pensador.
Sólo una vez en todo este tiempo me ha parecido ver un barco en el horizonte. Quemé el libro que mas a mano tenía para hacerle señas, y todavía me arrepiento, porque conforme crecía el fuego entre sus páginas, mas claro tenía que sólo había sido mi imaginación atormentada la que inventó la silueta del barco, y siempre me quedará pendiente el final de la historia del libro que ardió.
Esta es mi tortura y alegría diaria, cada libro me señala la posibilidad de escapar, de encontrar al culpable de mi soledad, y a la vez, ese mismo libro, es lo único que me ayuda a soportar esta cárcel de rejas azules y espuma blanca.
Lanzo este mensaje sin destinatario fijo con la esperanza de que alguien lo lea y me encuentre, sólo tiene que buscar la biblioteca más grande jamás imaginada en la isla mas perdida del infinito mar azul.

13 junio 2005

El aprendiz

Cosme se acercó a la puerta de entrada de la casa. Estaba atardeciendo y el aire tenía un tono dorado que, junto con las sombras alargadas en la acera, daban a la calle un aspecto irreal y borroso. Observó el candado e inconscientemente palpó el llavero abultado que llevaba en el bolsillo de los pantalones. Estaba parado enfrente del portal, en medio de la acera. Miró a los lados furtivamente, como si la presencia de alguien le pudiese impedir que se acercase hasta la cadena que cerraba la antigua puerta de madera. Dio un par de pasos hacia delante y sacó las llaves.
Del llavero colgaban al menos treinta o cuarenta llaves, todas muy parecidas, de la misma marca que el candado y Cosme no sabía si la que necesitaba estaba entre ellas. Empezó a probar una a una, con la cabeza agachada, pasando a un lado del aro que las unía las que no abrían. A la octava, el candado hizo un clic metálico y el gancho se separó de la caja. Empujó la puerta, después de quitar la cadena y dejó que la luz mortecina y el aire dorado entraran en la única habitación que había, iluminando las motas de polvo y haciéndolas brillar como diminutas luciérnagas voladoras. Buscó un interruptor casi a ciegas, manchándose los dedos al rozarlos por la pared. Cuando lo encontró, una bombilla desnuda colgada del techo manchado de humedad iluminó débilmente una habitación llena de muebles viejos, montones de libros y revistas polvorientos, cajas repletas de objetos antiguos, trajes usados y cuadros apilados sin colgar.
Cosme cerró la puerta, respirando despacio el polvo removido y jugueteó con el llavero en sus dedos. Se quedó inmóvil, en el centro de la habitación, observando despacio todo lo que había, con el ceño fruncido y gesto de concentración.
Después de unos segundos, detuvo su mirada en una pequeña rinconera de madera, medio sepultada por libros y papeles, y se acercó a ella. Buscó entre los tomos, agachado, ayudándose con las dos manos, girando el cuerpo para que la luz de la bombilla llegara hasta el rincón. Al fin, se puso en pie con un bloc de anillas amarillento. Se colocó debajo de la luz, agitado, sintiendo que había encontrado lo que buscaba y abrió la libreta. En la primera hoja, escrito a mano leyó: “Acertaste con la llave pero no con la puerta”. Levantó la mirada rápidamente, mirando a su alrededor nervioso. Sintió pánico cuando se apagó la luz, soltó la libreta e intentó andar hacia la puerta gritando, pero la voz no le salía de la garganta y las piernas se le habían quedado pegadas al suelo.
Mientras se convertía en una fotografía vieja de una señora en barco, Cosme sintió que todos esos objetos polvorientos de la habitación se reían de él, y antes de empezar a acumular polvo dentro de un portarretratos de latón, se arrepintió de haberle robado las llaves al mago.


04 junio 2005

Diario de viaje - Cap. 2

Extracto del Diario de Viaje de Cross, archivado en la Biblioteca Nacional y en el que describe sus viajes entre 3124 y 3164 de la segunda era. Clasificado como documentación histórica.

Etapa 644

Sigo en Sllypko a la espera de noticias de Order. La ciudad no es peligrosa, pero en uno de los pocos paseos que he dado por sus calles anchas y aceras blancas, me he encontrado con varios Ladrones de Recuerdos. Para mí es fácil distinguirlos, con su cara de felicidad artificial y robada, con ese aire de ensimismamiento sublime hecho de jirones de alegría sustraída. Aun así, mantienen su mirada atenta a cualquier sonrisa, a un gesto que delate contento, a un beso de bienvenida, para robarlo, sin que su dueño siquiera llegue a recordar que lo ha tenido. Sé que necesitan tener a la vista a la persona a la que van a robar los recuerdos, aunque en el último informe que me mandó Order, aparecen casos en Nooder de Ladrones que roban a mucha distancia, casi sin ver a su víctima. Está claro que siguen evolucionando y perfeccionando el método. Yo, mientras tanto, tomo las medidas habituales de seguridad y no aparento felicidad en público. Procuro relacionarme lo menos posible con desconocidos, y sigo entrenándome para luchar mentalmente contra los Ladrones siguiendo las pautas que nos han enseñado, pero aun así, me siento muy vulnerable cuando me cruzo con alguno de ellos.
El encuentro con la mujer del bar me ha perturbado más de lo que creía. He soñado dos noches seguidas con ella aunque no puedo recordar qué. Sólo sé que me despierto contento, que en el sueño me aparece como alguien cercano, que me quiere y me protege de algo. Me asusta la idea de haber sido robado sin darme cuenta, de haber perdido algún combate que creía ganado. Sé que esta sensación es frecuente en nuestras filas, que el no saber si algo ha sido olvidado, la duda constante sobre si hemos sido robados, acaba desquiciando a muchos de los soldados del Ejercito de los Recuerdos, pero no debemos dejar que la locura y la tristeza nos venzan.
Quizás este miedo a olvidar explique la obsesión que tengo últimamente con las fotografías holográficas. Pulso continuamente el disparador de la máquina ante cualquier cosa, un reflejo que me llame la atención, un color extraño en el fondo de un paisaje, y cuando las ordeno y clasifico me parece estar repasando una lección, evocando las sensaciones que me provoca cada holograma, nervioso y preocupado cuando no consigo recordar alguna de ellas, el motivo por el que fue tomada.
No tengo órdenes concretas sobre si debo eliminar a los Ladrones que encuentre aquí, pero sé que tengo que pasar desapercibido hasta reunirme con Enna. Aun así, tengo las armas preparadas constantemente y no me separo ni un metro de la pistola, aunque esté dentro de la habitación del hotel.
Esperaré unos días más hasta contactar con Order.

Diario de viaje - Capítulo 1

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