Historia real
Le pusieron el café con leche delante, en el borde de la barra, en el hueco que dejaba la vitrina de aperitivos. Sentado en el taburete, sostenía el móvil con una mano, marcando una y otra vez la tecla de rellamada, dejándolo sonar hasta que se cortaba. Con la otra mano agarraba una bolsa pequeña de El Corte Inglés. La cafetería era estrecha y los vecinos de barra estaban codo con codo. Tenía la sensación de que el único que no era habitual allí era él. Las conversaciones flotaban en el ambiente, por encima del pitido repetitivo del móvil. La camarera se movía ágil, poniendo café y sonrisas a los clientes. Él se veiá reflejado en el espejo de encima del botellero. Parecía concentrado, y le agradó verse así. Decidió dejar de insistir con el teléfono. Se lo guardó en un bolsillo y le echó el azucar al café. Mientras lo removía tranquilo procuró no cambiar el gesto, mirándose en el espejo, sólo por estar entretenido. A su izquierda un señor con traje le comentaba a la camarera lo mal que le parecía que en en la puerta de la cafetería hubiese un puesto de flores ambulante.La camarera asentía, y luego dijo que no molestaban y que despues lo dejaban todo limpio. El hombre miró a los lados buscando comprensión, y sólo encontró el rostro concentrado de él, que parecía no haber oído nada. En realidad estaba muy pendiente, y había disfrutado mucho rehusando la petición de comprensión del señor trajeado, sin tener que haber abierto siquiera la boca.
Bebía el café con leche a tragos largos. Cuando apuró la taza, el otro hombre que tenía a derecha le tocó el brazo y le preguntó si se llamaba Ivan. Él no se llamaba Ivan. Se lo dijo al hombre con voz lenta, e intentando no cambiar el gesto de la cara. El hombre le dijo que se parecía bastante a un tal Ivan. El asintío sin hablar, siguió mirando al frente, y llamó a la camarera. Pagó un euro y se marchó. No le gustó nada que ese hombre le confundiera con otro. En la calle, sacó el móvil del bolsillo y marcó de nuevo, mientras empezaba a caminar.
2 Comments:
Llegaba un tanto despistada buscando no se qué en el bolso, no entendía muy bien porqué entró en esa cafetería pero le pareció la más cercana y ella ese día no estaba para andar de acá para allá. Llevaba un traje de chaqueta oscuro y unas gafas de sol sujetándole la melena morena. En un despiste de un señor que se levantó a coger el periódico, sigilosamente y con una cierta picardía enganchó su tacón en el taburete y se apoyó en el, las piernas le dolían y no había otra manera de sentarse. Se sintió aturdida entre tanto ruido de voces que no la dejaban pensar, la camarera hablaba con un cliente y ella pensó que estaba más pendiente de contornearse que de servirle un café con sacarina. Había un señor a un metro que no paraba de llamar con el móvil, eso la dejó pensativa… no se imaginaba a su marido llamándola con tanta insistencia, al fin y al cabo ni siquiera se imaginaba a su marido llamándola a esa hora. Al fin la camarera entendió su mirada de impertinencia y le puso un café bien cargado, le gustaba hacerse la interesante leyendo un libro mientras daba sorbos cortitos al café, aunque en realidad estuviera más pendiente de la reacción de la gente que de la propia trama. Siempre la había preocupado mucho lo que pensara la gente. De vez en cuando levantaba la vista para ver reflejadas en el espejo de enfrente las caras de los demás clientes, a ver si alguno la miraba. Vio como aquel hombre del móvil salía hacia la puerta. Le recordaba a su marido. Cerró el libro y se guardó el sobre de sacarina que le había sobrado, miró la hora, había pasado el tiempo muy deprisa. Al salir compró rosas… hacía tiempo que no se daba un capricho.
Arwen
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