21 enero 2005

Mirando a la calle

Fotografía original de dp.
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Desde la ventana se veía la calle. Pasaba gente andando y los coches se amontonaban en el semáforo de la esquina. Todo el mundo entraba y salía de las tiendas que estaban a punto de cerrar. Aparecían con una bolsa en una mano y con la otra se abrochaban el abrigo, se quedaban un instante parados en la puerta, y después se incorporaban al río humano de la acera, esquivando los árboles que estaban en el borde.
La circulación era en un solo sentido y desde el segundo piso donde estaba la ventana se podía ver la cara de los conductores, acelerando y frenando, metiendo primera y punto muerto, bailando ordenadamente al ritmo de colores rojo y verde que marcaba el semáforo. Los peatones acompañaban en la coreografía cruzando por el paso de cebra todos a la vez, esquivando a los que venían de frente y apresurando el paso cuando el muñequito verde empezaba a dar parpadeantes señales de querer desaparecer y esconderse, para ser sustituido por el hombre de rojo, que indicaba el momento de detenerse, de ver pasar los automóviles, y que completaba el corto ciclo de sol y luna que alumbraba el paso de cebra.
Dentro de la habitación se escuchaba música. Sonaba despacio, en inglés, arrastrando trozos de películas antiguas por el ambiente, por la alfombra del suelo, por los muebles viejos de madera, y llenando de humo invisible y denso el cuarto.
Tenía la cabeza apoyada en el cristal de la ventana, algo húmedo por la diferencia de temperatura con el exterior. Poco a poco la habitación se quedaba a oscuras y las farolas empezaban a despertar, a calentar sus corazones luminosos y cronometrados. Hacía un rato que los coches habían encendido los faros. Encima de una silla estaba su ropa. Un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata azul. En el suelo un par de zapatos, que parecían que lo miraban.
Se vistió despacio, dejando que la luz anaranjada de las farolas de la calle fuese entrando por la ventana. Se contempló un momento en el espejo antes de salir, ya casi en penumbra. Apagó la música y el ronroneo del tráfico de la calle entró en la habitación. Mientras cerraba la puerta por fuera sintió el cambio de temperatura y el frío que hacía en la calle. Se palpó el revolver cargado que llevaba escondido en la parte de atrás del cinturón y se fue a buscarlo.

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