Mate en dos jugadas
Salió de la cafetería a la acera. Se sujetaba el cuello del abrigo blanco con las dos manos, protegiéndose del frío que sentía. Inmóvil encima de las baldosas claras, observaba el final de la avenida desierta. Tenía el pelo castaño, liso y largo, la piel algo pálida y la mirada altiva y desafiante. Esperaba, indiferente a la gente que pasaba.
Un coche negro apareció de una bocacalle y giró en dirección a la cafetería. Avanzó despacio, hasta pararse a su lado, con las luces de emergencia encendidas. De la puerta de atrás, la más cercana a la acera, salió un hombre alto vestido totalmente de negro. Se le acercaba sin dejar de mirarla a los ojos. Llevaba el pelo moreno largo y recogido en una larga cola que le llegaba hasta la cintura.
La mujer lo miraba arrogante, sin dejar de sujetarse su abrigo blanco. El tiempo pareció empezar a correr más rápido para ella, se sintió débil e insegura, le parecía que un vacío se abría a sus pies, pero no perdió la compostura y mantuvo la mirada al caballero. Empezó a andar hacia la puerta abierta del coche negro. Durante un instante sus caras estuvieron a unos poco centímetros y ella tuvo fuerzas para susurrar con un leve temblor en los labios: “El Gran Maestro nos llevará a la victoria”.
Luego subió al coche que arrancó y desapareció entre el tráfico.
Él observó con una pequeña sonrisa de triunfo cómo se alejaba y después entró en la cafetería, esquivando a los que entraban y salían. Se sentó en un rincón, respirando hondo, recordando los ojos grises y asustados de la dama. Luego cerró los ojos y esperó a que el tiempo se parara.
Un viejo camarero, con un delantal a cuadros negros y blancos, cogió el caballo de bronce que había encima de la mesa y lo colocó en una repisa, cerca de la puerta. Después, se puso a barrer esperando la próxima jugada.
Un coche negro apareció de una bocacalle y giró en dirección a la cafetería. Avanzó despacio, hasta pararse a su lado, con las luces de emergencia encendidas. De la puerta de atrás, la más cercana a la acera, salió un hombre alto vestido totalmente de negro. Se le acercaba sin dejar de mirarla a los ojos. Llevaba el pelo moreno largo y recogido en una larga cola que le llegaba hasta la cintura.
La mujer lo miraba arrogante, sin dejar de sujetarse su abrigo blanco. El tiempo pareció empezar a correr más rápido para ella, se sintió débil e insegura, le parecía que un vacío se abría a sus pies, pero no perdió la compostura y mantuvo la mirada al caballero. Empezó a andar hacia la puerta abierta del coche negro. Durante un instante sus caras estuvieron a unos poco centímetros y ella tuvo fuerzas para susurrar con un leve temblor en los labios: “El Gran Maestro nos llevará a la victoria”.
Luego subió al coche que arrancó y desapareció entre el tráfico.
Él observó con una pequeña sonrisa de triunfo cómo se alejaba y después entró en la cafetería, esquivando a los que entraban y salían. Se sentó en un rincón, respirando hondo, recordando los ojos grises y asustados de la dama. Luego cerró los ojos y esperó a que el tiempo se parara.
Un viejo camarero, con un delantal a cuadros negros y blancos, cogió el caballo de bronce que había encima de la mesa y lo colocó en una repisa, cerca de la puerta. Después, se puso a barrer esperando la próxima jugada.
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