28 febrero 2005

La estatua

Desde el centro de la plaza miraba hacia el reloj de la torre. La esfera blanca e iluminada resplandecía como una luna, apareciendo poco a poco, segundo a segundo, conforme iba anocheciendo. Las manecillas se movían creando el tiempo para todos los demás, que cruzaban la plaza con los hombros encogidos por el frío. Inmóvil, incapaz de entender lo que significaba el movimiento constante de las agujas, no sentía pasar el tiempo porque para ella no existía. Cada instante rebotaba en sus ojos vacíos, y se esfumaba sin rastro, sin dejar huella ni recuerdo en su corazón de bronce, dejando que la realidad apareciera y desapareciera de forma simultanea, como un presentimiento justo después de despertar.
La figura estática, rígida, de pie en lo alto del pedestal de mármol, con las manos levantadas al cielo, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y la boca entreabierta, como si acabase de cobrar vida, y de repente hubiese comprendido que tiene mas de cien años, y que el anciano sentado en el banco de enfrente es el joven del abrigo gris y la bufanda azul que pasó corriendo por su lado una mañana de lluvia con una carpeta en la mano; que la niña que intentaba trepar hasta ella un dia de primavera, de fiesta y de procesiones, es esta tarde la madre que riñe al niño que corre hacia la fuente; y que su piel que fue de bronce reluciente está ahora manchada de arrugas y grietas enmohecidas.
Suena siete campanadas en el reloj de la torre, se empiezan a encender las farolas y el anciano del banco de enfrente se marcha arrastrando los pies. Un vientecillo húmedo acaricia el rostro de la estatua y se lleva de su mejilla una lágrima oxidada.

1 Comments:

Blogger Cross said...

Pues claro. Eso está hecho... ¿Dia y Hora?

jueves, 03 marzo, 2005  

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