26 marzo 2005

El oráculo

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En el pueblo todos sabíamos que vivía solo y que nunca había tenido familia. Corpulento, de pocas palabras y ojos nerviosos, se dedicaba a cuidar los animales y el trozo de tierra del que subsistía. Entre la noche y el alba, lo oía cruzar el pueblo con su andar lento y pesado, dirigiendo el ganado por la cuesta arriba, con un cigarro medio apagado en la boca, mientras el sol despertaba los colores del monte. En invierno, cuando la nieve lo tapaba todo, se quedaba encerrado semanas enteras en su casa, asomándose de vez en cuando a la ventana para mirar el cielo.
Su vida solitaria transcurría como la del pueblo, al ritmo de la lluvia, el sol y la nieve, entre las montañas que los separaban cincuenta años del presente, y con la tierra y unos cuantos vecinos callados como únicos testigos de su existencia.
Una vez, yo no había nacido todavía, por la carretera de tierra que entonces era lo único que nos comunicaba con el mundo, subió un coche grande negro y aparcó donde pudo, a la entrada del pueblo. Dos hombres altos con traje y corbata, se bajaron y fueron hasta la puerta de su casa. Los ojos de las mujeres espiaban tras las celosías el paseo de estos dos astronautas en el planeta perdido de las calles de mi pueblo. Esperaron horas, hasta que él llegó de pastorear. No hablaron con nadie durante la espera, y respondían con sonrisas y asentimientos de la cabeza a las miradas entre temerosas y curiosas de unos cuantos chiquillos y mujeres. Cuando él llegó le susurraron unas palabras y entraron en la casa. No se sabe si pasaron la noche entera allí, pero al amanecer del día siguiente el coche ya se había ido y él salió como todos los días al monte.
Jamás contó a nadie quiénes eran esos hombres ni qué querían, pero volvieron muchas veces durante años, hasta que él murió. Una vez al año al menos. Siempre impecablemente vestidos y amables, en sus coches grandes y negros, sonriendo a los niños que como yo corríamos a su lado hasta la puerta de su casa.
Nunca olvidaré aquella noche que me colé por la ventaba de atrás y agazapado en un rincón del piso de arriba oí lo que él les contaba.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Intrigado me dejas, Cross. Un texto muy bueno, pero... ay, la duda: ¿qué les contaba?

domingo, 27 marzo, 2005  

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