09 abril 2005

Sin palabras

Entró en el portal andando sin prisa. Se quedó parado, dudando si subir la escalera o no, mientras sus ojos se acostumbraban a la diferencia de luz entre la calle y el interior. Las sombras tomaron las formas familiares de los buzones metálicos verdes colgados de la pared y el armario con el cuadro eléctrico entreabierto, con el candado roto. El olor a madera antigua, humedad y comida lo saludó como un viejo amigo que le había esperado todos estos meses.
Respiró hondo y subió los primeros escalones sin encender la luz, arrastrando los dedos por la barandilla de madera desgastada y pulida. Asomó la cabeza por el hueco de la escalera que había bajado corriendo una noche, tirando de una maleta desordenada y de una bolsa llena de pena, tristeza y remordimientos. Sintió algo de frío y a la misma vez le sudaban las manos. Los tragaluces de los rellanos filtraban la luz de la calle, oscureciéndola, empapándola de lentitud y haciéndola vieja y amarilla.
Antes de llegar al tercer piso se volvió a parar. Por encima del murmullo doméstico de los demás portales sonaba el viejo piano de ella. Apoyó la espalda contra la pared y fue dejándose caer hasta sentarse en un escalón. La imaginó en el salón, con la puerta del balcón abierta y las cortinas recogidas detrás. Recordó el reflejo del sol sobre la madera negra, los dedos blancos de ella bailando sobre las teclas y su cara de concentración y placer. Se situó mentalmente detrás de ella, apoyado contra el marco de la puerta del salón como mil veces había hecho antes, cerró los ojos y añoró esos pedazos de felicidad que ahora le traían las notas del piano. Intentó guardar esa imagen que ahora evocaba, de su espalda recortada en el marco de la puerta del balcón, tocando el piano enfrente de la ventana, con el sol entrando en la habitación manchándolo todo de luz y alegría.
La música paró y el se puso de pie. Bajó los tres pisos sin detenerse, con prisa. Ahora sabía que ella no le esperaba, que ya no le necesitaba. Salió a la calle y empezó a andar, evitando pasar por debajo del balcón, sintiendo un nudo en el estómago, sin poder dejar de tararear la canción que ella tocaba siempre después de hacer el amor.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Preciosas tus descripciones de situaciones cotidianas, historias de gentes que nos resultan tan cercanas. Tus palabras nos sumergen por completo en el centro de la acción y me imagino dejando mi cuerpo caer en ese escalón mientras suena la música de piano. Melancolía a raudales envuelta en belleza.
Un abrazo.

martes, 12 abril, 2005  

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