02 mayo 2005

El tesoro del faro

Hay un faro antiguo y abandonado que se levanta perpendicular al horizonte azul del mar, que ya no guía a los marineros en las noches de viento, lluvia y miedo. Se llega a él por un camino estrecho y mal asfaltado que zigzaguea por la costa rocosa, esquivando los acantilados, al filo de vacíos llenos de vértigo y espuma blanca. Tiene la puerta abierta, forzada, y ya no queda en su interior mas que una escalera de caracol oxidada que lleva a la plataforma de arriba, a punto de caerse, podrida y peligrosa.
Dos árboles pequeños y arrugados luchan contra el viento al final del camino, como dando la bienvenida al que llega, pero hay semanas enteras en las que no sube ninguna persona allí.
Lunciano sabía lo solitario y abandonado del faro incluso cuando todavía iluminaba el mar y en las noches oscuras era cuestión de vida o muerte que su luz no se apagara. Por eso mismo, una noche cuando era mucho mas joven condujo hasta allí, se apoyó en la puerta entonces cerrada y contó veinte pasos en dirección al mar. Cavó en el suelo mientras el automatizado haz de luz blanca marcaba las señales de peligro y prudencia. Enterró una caja de madera pequeña, con las manos temblorosas y el cuerpo sudado por el esfuerzo. Pensaba volver a por ella pronto, cuando el miedo pasara y nadie sospechara de él.
Después Lunciano pasó entre los dos árboles, alejándose del faro y recorrió el camino de vuelta con la cabeza aturdida por lo que le había pasado en las últimas horas, dispuesto a dejar pasar unos días que se convirtieron en meses.
Nunca volvió al faro, temiendo siempre la venganza de los que habían sido robados, asustado por el valor de lo contenido en la caja, sin saber qué hacer con él.
Lunciano murió de viejo en una ciudad sin mar, en el cuarto en el que había vivido los últimos veinte años de su vida, sin más compañía que una televisión y la miseria. Su casero tuvo que emplearse a fondo para sacar los papeles y la basura que el viejo había ido acumulando. No pudo evitar un estremecimiento al contemplar todos esos cuadros y bocetos, en tristes colores azules y rojos violentos, dispersados por toda la habitación, por las paredes, en el suelo, en la mesa, todos con el mismo paisaje de un faro y dos árboles en un acantilado.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me has hecho sentir como el temeroso Lunciano. Lo releí y me sentía como faro, silencioso y guardián del secreto. Una vez que he vuelto a ser espectadora, creo que es espléndido tu relato.
Un beso a veinte pasos.

martes, 03 mayo, 2005  
Anonymous Anónimo said...

hola bueno solo queria darte las grax por entrar a mi log y por no enojarte por el hurto de tu foto(pk no te enojaste cierto??) espero que lo revises cuando puedas y escribas en el cosas tan lindas como en esta pag...bueno??
nos vemos y grax ota es

jueves, 02 junio, 2005  

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