22 septiembre 2005

La calle Brown

Yo siempre llegaba el primero a sentarme en el banco metálico de la esquina de las calles Milford y Brown. La aceras era anchas, había poco tráfico, y una vista estupenda de la tienda de licores, el colmado del señor Grobeshor y la barbería. Al otro lado de la calle estaba la parada del autobús al centro. Al rato venía Bob, arrastrando los pies, saludaba con la cabeza y se sentaba a mi lado. Nos pasábamos horas muertas allí, mirando todo y a todos, masticando el tiempo perdido y saboreándolo con las manos en los bolsillos. También venía casi siempre Francis, el vecino de Bob.
Era divertido pasar allí juntos los tres las tardes enteras y los días que no había colegio. Conocíamos casi todo del barrio y nos gustaba. Sabíamos que había que contar cuarenta y cinco desde que el semáforo se ponía en rojo hasta que cambiaba a verde, y luego ciento trece para que volviese a ponerse rojo. Sabíamos que en el siguiente autobús que llegaba a la parada, desde que se encendía el rótulo azul y luminoso de la licorería, se bajaba la chica que le gustaba a Bob. Sabíamos que el hombre con sombrero que vivía en el portal de al lado bajaba todas las tardes a comprar el pan y a encontrarse con la señora delgada y ojerosa que paseaba un perro pequeño y llorón. Eran buenos tiempos.
A veces pasaban cosas emocionantes. La tarde que el primo de Bob, Travis “el pelirrojo”, disparó a aquel policía, pasó corriendo justo por delante de nuestro banco. Entre resoplo y resoplo dijo un “Hola Bob”, sin mirarnos casi, y siguió corriendo como un loco calle Brown abajo, mientras las sirenas se oían cada vez más fuerte. Cuando unos días después Bob y sus hermanos fueron a visitarlo a la cárcel, Travis le dijo que no se acordaba de haberlo saludado.
También vimos en primera línea el accidente del camión cargado de cajas de cerveza que se saltó el semáforo y arrolló dos coches. Luego se estrelló contra la farola de la esquina opuesta a nosotros. Mató a un hombre que estaba dentro de uno de los coches. Le vimos la cabeza asomando por la ventanilla chorreando sangre oscura. Salió todo el mundo a la calle dando gritos y en el barullo cogí una caja de botellas de cerveza caliente y nos la bebimos a escondidas los tres. Fue la primera vez que nos emborrachamos.
Una tarde de verano llegó Búster. Se sentó con nosotros aunque no le conocíamos de nada. Era flaco, con el pelo rubio y los ojos grises. Estuvo un rato mirando la calle con nosotros, intentando hacerse nuestro amigo, contándonos que era nuevo en el barrio, que no tenía hermanos, que su padre vendía seguros. Se dio cuenta de que nosotros nos entendíamos con la mirada, después de tantas horas juntos en el banco, y que no le estábamos haciendo mucho caso. Francis jugaba distraídamente con los pies a ir moviendo una cajetilla de cigarrillos vacía por la junta de las baldosas de la acera. Búster cogió la cajetilla, la puso en la palma de su mano y con una voz demasiado ronca para su cara tan aniñada dijo “Mirad lo que hago”. Los tres observamos la cajetilla, su ceño fruncido y su mirada gris fija en el paquete de tabaco. Vimos como la caja de cartón se arrugaba sobre sí misma, como si una mano invisible las estuviera aplastando, hasta que quedó convertida en una bola de cartón del tamaño de una pelota de ping pong. Búster dejó caer la pelota y antes de que llegara al suelo le pegó una patada mandándola por encima de los coches que esperaban en el semáforo, mientas se reía a carcajadas. Los tres nos quedamos sorprendidos, pero empezamos a reírnos con él, nos había gustado el truco. Cuando Búster vio que nos reíamos, cogió una lata volcada que había cerca del banco y la convirtió en un disco metálico, sólo mirándola fijamente. Nos reíamos todos, asombrados, buscando el truco, abrumándole a preguntas. Él aplastaba todo lo que le dábamos y se le notaba contento con nuestra atención, no paraba de reír a carcajadas. Su cara blanca brillaba por el sudor y sus ojos grises pasaban rápidos y alegres de los objetos que aplastaba a nuestras caras. Mientras convertía en virutas las llaves de la casa de Bob, la señora delgada que paseaba todas las tardes a su perro pasó a nuestro lado, y el chucho empezó a ladrar como un loco en dirección a nosotros. La mujer hablaba con el hombre del sombrero, sonriendo como una quinceañera e ignorando al perro, que ladraba histérico. Búster, con la mirada fija en el llavero de Bob, frunció el ceño, arrugó un poco los labios y con la mano que le quedaba libre señaló al perro que quedaba casi a su lado. El animal ladró un poco más flojo y se encogió, dejando caer una baba sanguinolenta. Se quedó muerto en el suelo sin que la dueña se diera cuenta. Búster le dio a Bob un montoncito de hierros aplastados, y empezó a reírse otra vez, sin mirar siquiera al perro, esperando otra broma, otro objeto.
Nosotros también nos reímos, pero menos. Nos marchamos en seguida, los tres a la vez, cada uno por un lado, despidiéndonos de Búster entre risas. Desde aquella tarde ninguno volvió nunca más al banco a sentarse, a mirar los coches o a contar los cambios del semáforo, por miedo a que apareciera Búster y nos mirara mal.

9 Comments:

Anonymous Anónimo said...

pufff, me has dejado la piel de gallina...

jueves, 22 septiembre, 2005  
Anonymous Anónimo said...

Joé! Depués de leerte a veces me quedo medio catatónica. Mira que da que pensar los poderes de Búster, pero más su frialdad. No me extraña la espantada general que hubo al final.
(Yo no volvería ni siquiera a pasar por ese sitio).
Un beso con escudo protector anti-poderes ;)

viernes, 23 septiembre, 2005  
Anonymous Anónimo said...

cada vez mejores, cross... me sorprendes.

sábado, 24 septiembre, 2005  
Blogger Lucre said...

joe con el niño que aplasta todo
me pasa como sonela, me quede out...
buen cuento, como siempre me sorprendes.
saludos

domingo, 25 septiembre, 2005  
Anonymous Anónimo said...

Bonifasi;

¡Qué grande maestro!

Te leo muy agusto. Se que me vas a sorprender y aún así lo haces sin despeinarte. Yo hubiera sido el primero en salir cagando hostias de allí.

Abrazo y apretón de manos

lunes, 26 septiembre, 2005  
Anonymous Anónimo said...

Madre mía, qué cosas se te ocurren.
Muy original e interesante.
Sí, cada vez que empiezo a leer uno de estos textos tuyos, quedo atrapada por el misterio de querer saber qué ocurrirá al final.

martes, 27 septiembre, 2005  
Blogger breton said...

increible cross, me gustó mucho... vos si que estas en otro nivel
seguí así
saludos

viernes, 30 septiembre, 2005  
Blogger MarthePG said...

Hola!

Antes que nada, perdona el retraso en pasarme por tu blog.
Y luego, sobre tu historia, me ha encantado. El detalle de masticar el tiempo perdido, y el nuevo muchacho que trata de hacerse amigo de la pandilla. Y el posterior miedo psicológico al mismo chaval. Me encanta como jeugas con las palabras y conviertes una historia rutinaria en algo aterrador.

besos

viernes, 28 octubre, 2005  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

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viernes, 04 noviembre, 2005  

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