24 noviembre 2004

El autobus

Estaba sentado en el autobús que todos los días le llevaba y le traía del trabajo a casa. Las mismas caras, los mismos trajes, las mismas miradas perdidas a través de las ventanillas. Hasta los asientos estaban tácitamente repartidos entre los viajeros que a diario llegaban casi hasta el final de la línea. Normalmente no hacía nada, sólo escuchaba música y observaba la gente que subía y bajaba en las paradas, aguantando los acelerones y frenazos.
Hoy no podía quitar la vista del asiento de enfrente. Estaba vacío.
Su pasajero habitual era un hombre de unos cincuenta años, que siempre llevaba corbata y una carpeta sin cerrar de la que sobresalían papeles. En invierno llevaba una gabardina gris que a veces se quitaba y colocaba en sus rodillas, debajo de la carpeta. Si el siento de al lado no estaba ocupado lo dejaba todo allí, y entonces estaba todo el tiempo pendiente, con su mirada huidiza, como de ratón de biblioteca, de los que subían, por si querían sentarse.
Nunca había hablado con él, ni le había prestado una atención especial. Pero ahora su asiento vacío en el autobús le trastornaba.
Tenía en sus manos sudadas un pequeño sobre marrón que contenía un papel doblado. Se lo había dejado el hombre de la corbata el día anterior. Al coger su gabardina y sus papeles se lo dejó en el asiento y cuando él intentó devolvérselo ya se habían cerrado las puertas y el hombre había bajado. Decidió cogerlo, Al fin y al cabo lo mas seguro es que lo viese al día siguiente. Le gustaba ser amable con desconocidos. Por el tamaño parecía una felicitación o una invitación. No estaba cerrado y eso parecía quitarle importancia a lo que llevaba dentro. Dudó unos segundos antes de abrirlo, pero al fin no se resistió.
Un cuartilla doblada, escrita a mano, con una letra antigua y cuidada, en tinta azul, respetando los márgenes y bien centrada:

No os echéis la culpa. Sólo yo lo he decidido y bastante habéis hecho por mí. No puedo soportarlo más. La muerte es la única salida a mi tristeza. Os quiero.”

Seguía sin poder apartar la vista del asiento vacío. El autobús llegó a su parada. Tiró el sobre al suelo y bajó, todavía aturdido.

Una chica que se sentaba habitualmente un poco mas atrás a la derecha, vio caer el sobre, pero cuando intentó avisarle ya se había cerrado las puertas. Ella se quedó con el sobre en la mano, pensando en que se lo podía entregar al día siguiente. Se había fijado alguna vez en el chico de los auriculares y el pelo corto y sabía que se subía una parada después que ella. Mientras volvía a su asiento miró el sobre, y al ver que no estaba cerrado empezó a dudar sobre si debía leerlo o no.

Mientras tanto, él se alejaba andando por la acera, con las manos en los bolsillos del abrigo, diciéndose a si mismo que no volvería a coger nunca ese autobús.

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