16 octubre 2006

Los Elegidos

Hay hombres que no son padres, ni hijos, ni hermanos; que no son maridos, ni vecinos, ni amigos ni enemigos de nadie, que ni siquiera son esos rostros conocidos y borrosos con los que nos cruzamos regularmente en nuestra calle de camino al trabajo. Yo era uno de esos hombres transparentes, solitarios e ignorados. Tal vez por eso, cuando el Gran Balbor se sentó a mi lado y me llamó por mi nombre, no tuve mas remedio que creerle y seguirle.
El mensaje del Gran Balbor era claro y sencillo: El fin del mundo se acercaba. Sólo Los Elegidos por él nos salvaríamos de la destrucción. La humanidad se extinguiría tal y como la conocemos ahora. Después del Apocalipsis, los Señores del Cielo vendrían a nosotros y, con su ayuda, los Elegidos iniciaríamos un nuevo mundo, una nueva era, la Era de la Luz Eterna. El Gran Balbor era el profeta. Se comunicaba mentalmente con los Señores del Cielo y su misión era escoger a los elegidos y construir un refugio para esperar la llegada de la Era de la Luz Eterna.
Nunca he sido un ingenuo. Yo estaba solo, arruinado y deprimido. El Gran Balbor me pareció desde el principio un estafador, un cuentista, y yo lo seguí sólo por dinero.
No me costó trabajo convertirme en su mano derecha. Entre los Elegidos yo era el único que no era rico o era atractivo. No se molestó cuando se enteró de mis averiguaciones sobre su vida anterior. Nunca me ocultó su historial delictivo, relacionado con el tráfico de drogas a pequeña escala, su época de adivino que se anunciaba en los periódicos, su boda con una mujer mayor que él que había muerto recientemente dejándole una buena herencia y algunos buenos contactos.
Aunque parezca increíble, la secta de Los Elegidos empezó a crecer rápidamente. Balbor captaba Elegidos sin descanso. Tuvimos problemas con la justicia. Denuncias por estafa, apropiación indebida. Nunca nos ganaron ningún juicio. Yo hacía mi trabajo estupendamente. Todo eso nos hizo muy famosos. Balbor se desenvolvía magníficamente en televisión. Si no convencía al menos no generaba desconfianza. Al cabo de dos años teníamos cien mil Elegidos que nos entregaban sus ingresos y nos donaban sus patrimonios. Galbor decidió empezar a construir lo que el llamaba El Refugio y que consistía en una especie de silo antinuclear, escavado en secreto en una montaña, y preparado para que cinco mil personas pudieran sobrevivir seis meses sin salir de allí, rodeados de los mayores lujos y comodidades.
El proyecto necesitó de todo nuestro esfuerzo financiero, y el empeño de Galbor en realizarlo me hizo sospechar que estaba loco. Estuve a punto de traicionarlo, de largarme con el dinero y desaparecer, pero no tenía a dónde ir. Tres años después, éramos cuatrocientos mil Elegidos, teníamos a la policía y a Hacienda soplándonos en la nuca, nuestra popularidad estaba bajo mínimos y El Refugio estaba terminado.
Galbor me dio una lista con cinco mil Elegidos que debían entrar en El Refugio en menos de una semana. Los convocamos en secreto, sin que los otros trescientos noventa y cinco mil, se enterasen de nada. La proporción de mujeres era de de cuatro por cada hombre y nadie pasaba de los treinta años. Yo sabía la cantidad de drogas, bebidas y comida almacenadas en El Refugio y me pareció un fin de fiesta adecuado a los últimos años que habíamos vivido. Estaríamos allí hasta que nos descubriera la policía o se nos terminasen las provisiones y lo después no importaba. Yo no estaría mucho peor que cuando todo empezó.
Ayer hizo seis meses que entramos en el Refugio. No hemos tenido noticias del exterior hasta ahora. No nos han localizado. Galbor se ha comportado como un poseído. Entraba en trance continuamente y sus mensajes se han vuelto confusos y contradictorios. Las drogas, el alcohol y el sexo crearon un ambiente extraño entre Los Elegidos, lleno de murmullos, de silencios, de locura. Corren rumores de extrañas procesiones por las galerías del Refugio, que acaban en orgías y sacrificios humanos.
Esta mañana me he decido a salir. No he llegado muy lejos. Todo está destruido. La ciudad está arrasada. No he encontrado a ningún ser viviente, ninguna explicación. He vuelto al Refugio y Galbor me esperaba en la puerta
Ahora sé que cuando Galbor dijo mi nombre el primer día que me vio, supo que yo sería el primero en ver cumplida la profecía. Yo era uno de los Elegidos y el Gran Balbor el Profeta que Nos Salvaría. Esperamos juntos a Señores del Cielo.

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