30 julio 2005

Alex Jaundry

Conocí a Alex Jaundry una noche de febrero de 1974, en una exposición organizada por la New York Art School en la que se exponían algunas de sus pinturas junto con las de otros jóvenes artistas de la ciudad. De todos los cuadros que vi en aquella velada recuerdo la impresión que me causó Blue Stone Tears (1972), que hace unos meses alcanzó el precio de 1,56 millones de dólares en Sotheby´s. El propio Alex me hizo esa noche de cicerone a través de la galería, tras presentarnos Ian Horttien que era el coordinador de la exposición y que según me confesó mas tarde “no sabía cómo quitarse de encima a ese loco de Jaundry”. Alex hablaba con pasión de su obra y la de sus compañeros, guiándome de forma errática, agarrándome del brazo cuando se excitaba, quedándose meditativo y serio ante algún cuadro como si lo viera en ese momento por primera vez, alzando a veces la voz sin darse cuenta. Su capacidad para entusiasmarse ante un detalle, para captar la esencia de cualquier situación, para absorber como una esponja el sentimiento de cualquier obra, aislándola del procedimiento técnico necesario para conseguir el efecto, me hizo recordar mis primeros encuentros con el arte, cuando sentía la necesidad pura y física de ver un cuadro, cuando aprendía de mí viendo la obra de otros, y me conmovió.
Después de algunas visitas a su pequeño y ruinoso estudio en el Village y empujado mas por la personalidad de Alex que por la calidad que tenían entonces sus obras, me ofrecí a ser su mecenas, a introducirlo en los círculos artísticos de New York, a presentarlo en esa sociedad pagada de si misma, genial, pedante e innovadora que tan excelentemente ha descrito Clart Founy en su libro Birds died between the smoke (2001) y que marcaban las modas y tendencias del arte del mundo entero.
Su nombre pronto se hizo un hueco en las galerías más prestigiosas y sus cuadros eran seleccionados para viajar a los grandes museos europeos. Alex Jaundry se convirtió en la punta de lanza de la novedosa y amplia corriente Simple Thoughts of Colors, también llamados Sentimentalistas de la Realidad, personificada en sus inicios más puros por el propio Jaundry, la escocesa Vallie Dortccon, y el japones Hu Li Muotwo y que tanto ha inspirado en los noventa a Bruol, Jonh Blaster y otros. Perseguían la representación de los sentimientos, emociones e ideas a través de imágenes cotidianas interpretadas de la forma más realista.
Alex conseguía mantener ese espíritu original que me encandiló cuando nos conocimos y nuestra relación dejó de ser de mecenazgo, que ya no le hacía falta, y se convirtió en una amistad que a mi me servía para admirar sus ideas constantes y originales y a él, ahora lo veo claro, para aliviar la sensación de soledad que le producía su éxito. Incluso mantenía su pequeño estudio en el Village donde cenábamos y hablábamos los dos solos cuando él venía a la ciudad.
Sus obras dejaron de ser pictóricas y abarcaron otros campos de expresión como la fotografía, el video, perfomances y acciones, convirtiendo a Jaundry en un icono de la modernidad reconocido en el mundo entero.
La exposición con su serie de fotografías Ground that we were above (1989), en la que se muestran baldosas idénticas en distintas aceras de ciudades del mundo, fue la mas visitada en la historia del Sydney Art Museum y su video Enamored (1991) en el que dos jóvenes se besan durante treinta minutos a orillas del Sena mientras atardece, es un clásico de referencia del que ha vendido mas de un millón de copias en todo el mundo.
Sin embargo, son sus perfomances las que le dieron el reconocimiento de los sectores más vanguardistas de la crítica, tan reacia a valorar obras de aceptación y reconocimiento masivo. Su acción “Questions without answer” (2001) en la que pregunta en Tokio a cien personas por una dirección inexistente y obtiene setenta y tres indicaciones distintas o la perfomance “Bus dosn´t stop” (2002) en la que corre persiguiendo un autobús de la línea 34 por la calles de Murcia sin que el conductor se detenga, marcaron un antes y un después en la concepción de la interpretación realista y sentimental de las situaciones.
Poco días antes de su muerte en accidente de tráfico en Noviembre de 2004 recibí una nota de Alex que contenía una felicitación de Navidad, y un sobre cerrado con instrucciones para abrirlo el día 3 de Enero de 2005, a las 9.00 horario Costa Este. No me sorprendió la carta, ya que a Alex le gustaba escribir sus ideas y mandármelas por escrito para que yo las leyera.
La noticia de su muerte repentina y accidental, me sumió en la tristeza, y su ausencia se ha convertido en otro paisaje melancólico en mi vida. Las revistas especializadas sacaron ediciones dedicadas solamente a su obra. Todavía se organizan exposiciones recopilando sus trabajos, y encuentros donde artistas y críticos del mundo comentan sus ideas, sus aportaciones y analizan su vida, segundo a segundo, interpretando, estudiando y comparando. La más mínima de sus obras alcanza precios millonarios en las subastas y está en marcha un proyecto para convertir en museo su estudio en Greenwich Village.
Yo olvidé la carta hasta la mañana del día señalado, intentando inconscientemente alejar de mi recuerdo su compañía esporádica y enriquecedora. En el sobre, que abrí con los ojos húmedos y el corazón en un puño, encontré su última obra incompleta, la que hacía inútiles y vacías todas las teorías sobre su vida y obra, la que elevaría a la categoría de arte no ya su trabajo, sino su vida en sí misma. Un montón de folios escritos a mano, me explicaban que el día 3 de Enero de 2005, debía acudir a su estudio sólo y con una cámara de fotos. Debería fotografiar su cuerpo muerto tumbado en la cama deshecha, su rostro blanco apoyado en la almohada con el pelo despeinado, su mano colgando apuntando al suelo, el bote de somníferos vacíos en la mesilla junto a su libro preferido de Bort Pender, a la policía y a los médicos llegando. Me aconsejó recopilar artículos sobre su muerte, entrevistar a algunos de sus amigos, y titularlo todo “Suicidio de un artista”.

05 julio 2005

Los hermanos Blyon

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La noche no tenía luna pero el desierto se intuía como una sombra azulada bajo la luz de las estrellas. El silencio y el calor rellenaban el paisaje de arena y soledad que se extendía hasta el horizonte, durante miles de kilómetros, sin rastro de vida humana.
Lirtus Blyon, el menor de los dos hermanos Blyon, se rascaba su mejilla sin afeitar desde hace un par de días, con gesto pensativo, mientras miraba al horizonte de pie en el porche de su casa justo en medio de su desierto. A su lado, Bruber Blyon, su hermano mayor, toqueteaba una caja negra llena de botones y lucecitas. Sudaba y maldecía encogido sobre el artefacto casero, alumbrado únicamente por la débil luz amarillenta de una bombilla sin lámpara colgada del techo del porche.
Al fin Bruber se incorporó y se colocó junto a su hermano, apoyando las dos manos en la barandilla de madera. “Quedán unos quince segundos”, le dijo a Lirtus, mirando en la misma dirección que él. Lirtus asintió y abrió un poco la boca sin darse cuenta.
Silencio total y absoluto durante un instante. Los dos hermanos inmóviles, respirando lentamente, con los ojos guiñados escrutando la oscuridad y los ceños fruncidos, concentrados y atentos.
Un destello inmenso blanco creció como a cámara lenta en el horizonte, rompiendo en dos el paisaje nocturno y haciendo desaparecer a las estrellas. Se expandió a lo ancho y empezó a cambiar de color hacia tonos rojizos de atardeceres imposibles. Una nube carmesí empezó a crecer en el cielo y entonces llegó el ruido. Un rugido que pasaba por encima del desierto, que no cesaba, que traía un aire caliente y pesado. La tierra temblaba.
Lirtus y Bruber embobados y sin respiración, dejaban que el viento llenara de arena sus ojos y su pelo, disfrutando de los colores de la explosión sobre la noche oscura. Después de unos minutos de éxtasis, Lirtus lanzó un grito de triunfo y alegría, agarrando a su hermano por el hombro. Bruber sonreía satisfecho y sólo acertaba a repetir nerviosamente: “Me ha salido un poco roja de más, pero más alta que nunca.”, metiendo y sacando sus manos de los bolsillos de los vaqueros.
Siguieron allí unas horas más. Bruber sacó unas sillas y tomaron unos bocadillos con cerveza contemplando el paisaje. La veleta de su tejado apenas se movía ya y otra vez el silencio cubría el desierto, poco a poco. El horizonte, manchado de polvo blanco y nubes rojizas se iba apagando como una vela se consume en un vaso. No hablaban pero de vez en cuando empezaban a reírse a la vez, y se daban la mano.
Poco antes del amanecer decidieron acostarse. Cerraron la puerta de su cochambrosa cabaña en medio de aquel inmenso desierto de su propiedad. Apagaron las luces y un poco antes de dormirse, Lirtus le explicó a Bruber que con el plutonio que quedaba podían probar a hacer explosiones con tonos azules y verdes. Bruber, medio dormido, le dio la razón y le prometió una explosión azul en dos días.

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