Génesis 1,28. versión 2.0
Fragmento del libro de viajes “1000 lugares que olvidar”, de autor anónimo, que sirvió de guía por Europa al escritor Roque Sandoval en sus viajes entre los años 2003 y 2004 y que le condujo a una muerte temprana y solitaria. Rescatado por el Dr. Cross de los archivos de la Biblioteca Nacional.
Cualquier sitio le brindará al viajero la oportunidad de saberse ignorado en el fondo, pero quizás el mejor sitio para percibir la extrema sordidez del lugar se encuentre justo al lado de la puerta color amarillo hepático del pestoso retrete, junto al viejo del jersey marrón, que cree que bebe para aliviar la pena de su viudez. Desde allí podrá contemplar al camarero invisible y pálido, con el pelo canoso y su eterna camisa blanca y pantalón negro churretoso, secando con un trapo los vasos rayados, sirviendo el café con coñac, la cerveza en caña y el güisqui con un solo hielo, al que todos llaman jefe y que en realidad se llama Arturo Vazquez Buendía, que mató de una paliza a su mujer hace mas de veinte años, la enterró, la olvidó y desde entonces no sirve mas comida que la que viene en latas. Si tiene paciencia, el joven de pelo castaño y manos temblorosas que se sienta en la mesa al lado de la entrada, se acercará, le invitará a una cerveza y con los ojos llorosos le contará cómo le rechazó su amada, cómo lo despreció y le abandonó, cómo lo engañó con otros, y si es un oyente atento y perspicaz entenderá que el joven estaba en realidad enamorado del hermano de ella y que por eso tuvo la joven que marchar del pueblo avergonzada. También podrá oír los aires de grandeza de un antiguo abogado, que le detallará utilizando palabras grandilocuentes e inadecuadas la estafa que sufrió y le arruinó, y sus planes secretos e inminentes para vengarse, justo antes de solicitar su colaboración económica o una invitación a ginebra.
No se asombre cuando se rompa un vaso y brinden casi todos los viejos por la buena suerte en un tono grave, arrastrado y rápido que recuerda a las beatas rezando el Ave Maria, ni termine de creerse del todo la historia que le contarán cuando parpadeen los tubos fluorescentes del techo al entrar alguna mujer al bar sobre el niño de diez años que se suicidó en el almacén, ya que al parecer tenía al menos trece.
Podría el viajero, al observar las miradas vacías y turbias de los clientes, al conocer sus historias evidentes de fracaso, en este marco portuario, descolorido y decadente, confundirse y creerse al principio de una poética historia, con personajes heroicos paseando por el fondo de sus vidas, a punto de remontar el vuelo hacia tiempos de gloria, forjando su espíritu con la necesaria dosis de derrota para alcanzar la mas grande victoria, pero no sería mas que el espejismo que provoca el optimismo que acompaña siempre al viajero que busca lugares nuevos, porque lo cierto es que estará contemplando el lugar que hay justo mas allá del final de una vida desperdiciada.”
El grifo goteaba en la cocina sobre los platos sucios. Los coches hacían ruido en la calle. El aire entraba suavemente por la ventana entreabierta empujando la cortina. Dormía bocabajo respirando lentamente. El sol dibujaba rayas doradas en el suelo de madera al pasar por la persiana a medio bajar. El reloj digital marcaba las 09.33 en verde fosforito sobre la mesilla. Un pájaro se posó en la repisa de la ventana, tomó aliento y siguió volando. Se agarraba a la almohada y estaba casi destapado. A veces se oía el zumbido del ascensor poniéndose en marcha. Una lavadora centrifugaba la ropa de algún vecino. Unos pantalones y una camisa se arrugaban en un rincón de la habitación. Hacía un rato que el móvil había dejado de sonar encima de la mesa del salón, sin batería. Un claxon lejano intentaba mover un coche en doble fila. El marco del cuadro azul colgado en la pared reflejaba la luz del sol en el techo. Un cenicero lleno de colillas repartía ceniza silenciosamente debajo de la cama. El mensaje en el buzón de voz del móvil era urgente y desesperado, alguien lloraba. Un portazo amortiguado se arrastró por el hueco de la escalera. Una persiana metálica abría un día de trabajo en la calle. Un libro se limpiaba el polvo con el airecillo de la mañana en la estantería. El pelo sudado se le pegaba a la frente. Un cajón mal cerrado esperaba un empujón al orden. La luz le estaba ganando la batalla a la oscuridad en el pasillo. Un vaso vacío se sentía inútil al lado de unas gafas en la cómoda. Se revolvió un poco y siguió soñando que todo marchaba bien.